sábado, 27 de octubre de 2012

Final de etapa

Asturiano como soy, vi ayer la ceremonia de entrega de los Premios Príncipe de Asturias por la TV pública y tengo la sensación de que esa iniciativa se muere. Los galardones que entrega la fundación que lleva el nombre del heredero de la Corona de España constituyen la gran iniciativa de mi tierra, pero reunir en Oviedo lo más tonto de España y lanzar desde allí el mensaje de que hay alternativas a los discursos de referencia no parece la forma más asturiana de vivir la realidad. De lo que pasó ayer en mi capital, lo más interesante no se vio por la tele, ni la nacional ni la autonómica, y es el abucheo de mis gentes al acto del Campoamor, el día en que se supo que uno de cada cuatro trabajadores en activo no puede trabajar (un camino que seguirá pronto los que aún están en Hoasa, la propietaria del Reconquista, que conoce toda España porque es uno de los puntos de referencia de los Premios y que el Gobierno Asturiano quiere privatizar). De la asturiana Letizia Ortiz –princesa, como sabe todo el país– no tengo nada que decir porque ya no existe (o soy yo el único que ayer la vio deforme y aburrida, al lado de nuestro próximo rey) y de Teresa Sanjurjo –directora de la Fundación Príncipe, aunque nadie lo sabe– diré sólo que tiene muy difícil hacer olvidar a Graciano García (de quien tengo pendiente leer la biografía que acaba de escribirle mi colega Juan de Lillo). Es todo por ahora.
[La Virgen, lo que cuesta escribir, tras salir del hospital por el azúcar].

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