martes, 12 de octubre de 2010

Una cosa escrita para Chile... (relato1)

El Gato no tiene otra forma de echar su cuarto a espadas para que todo vaya bien en Chile que publicar este texto que escribió hace semanas (ya que publicarlo implica renunciar a 600 euros). Es su humilde contribución a este respecto y es un relato titulado 'Un agujero hacia otro mundo':

Esteban apagó la tele porque su cabeza le pedía paso. En las noticias había visto que 33 mineros estaban encerrados en Chile a 700 metros bajo tierra y que tenían por delante varios meses de espera, hasta que los equipos de rescate llegaran a ellos. Y nuestro hombre recordó lo lejos que está de la mina la sociedad cuando oye hablar de un accidente en un pozo... tan lejos como estaba él mismo de la realidad minera, de hecho, cuando pidió visitar alguna explotación por primera vez en su vida.
Esteban había trabajado de periodista político en Asturias y, como tal, había escrito mucho de la mina; pero, un día, decidió que había llegado el momento de bajar a verla. Fue aquel día cuando descubrió que ‘mina’ no es sinónimo de ‘galería’; más bien, que la galería es una excepción en la mina. Y lo descubrió de golpe, cuando su guía dijo: “Ahora, hay que bajar por ahí”, señalando un agujero en el suelo, tras una caminata agotadora capaz de satisfacer al más ansioso buscador de sensaciones. Esteban estaba harto de oscuridad, de sed, de barro, de sudor… de polvo de carbón por todas partes.
Esteban se hartó aquel día de masticar polvo de carbón, más que de ninguna otra cosa. Por eso, volvía a sentir ahora aquella sensación agobiante al pensar en los mineros de la plata de Chile, de los que la televisión contaba que habría que rescatar. “¿Les habrán dicho que tardarán meses en salir?”, se preguntaba. “Es más –se decía–, ya saben los fumadores que no tendrán tabaco en varios meses y los bebedores que pueden llegar a odiar el alcohol antes de ver el sol de nuevo?”. “Hay alguien allí abajo –pensaba– consciente de que puede encontrarse con alguien más en casa cuando vuelva a entrar en ella?”…
Incapaz de responder a todas las preguntas que le estaba inquietando, nuestro hombre salió a la calle. Y ésa fue una mala idea, porque los periódicos del día daban detalles técnicos del accidente, del refugio que protegía a los mineros y de las operaciones para el rescate. Incluso, los había que habían hablado con algún familiar en la bocamina; pero ninguno se preguntaba qué pensaban aquellos cautivos sobre lo que había pasado, ni cómo un día más se había convertido en el primero del resto de sus vidas. Fue, entonces, cuando Esteban comprendió que aquél era un pozo de otro mundo, un mundo cuya realidad nadie conocía en éste.
Aunque, pronto, se quitó la idea de la cabeza, ya que pensar en ‘otro mundo’ le hacía pensar en la muerte y Esteban no quería ni imaginar ese final para aquellas gentes.
Desde su experiencia distante con la mina –apenas a través de alguna gente de su quinta–, Esteban sabía que la muerte sobrevuela en todo momento a quienes llegan al trabajo en jaula, como sabía que hay que olvidar todo eso si uno quiere bajar al tajo.
Estaba en éstas, Esteban, cuando, en su deambular, pasó junto a un muchacho que llevaba a Víctor Manuel en su MP3. El asturiano sonaba claramente a través de aquellos auriculares: “Se abrazan todos y uno de ellos, el más fiero, llora en el suelo”.
Esteban supo entonces que el mundo había cambiado demasiado. Y optó por volver a casa y a su pantalla de plasma, donde la TV informaba de que la NASA ayudaría a rescatar a los mineros chilenos de plata de Atacama.

Es poca cosa esta boba aportación de El Gato, pero ¡ojalá sirva para algo!

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