lunes, 9 de agosto de 2010

Simonía 2.0

Don Gato acaba de enviar este texto para una publicación de distribución minoritaria. Pero lo considera de interés general. Por eso, lo publica aquí:

Una influyente corriente de europeístas sostiene que el principal obstáculo para la auténtica unión política y cultural del continente, que vaya más allá de la factible coordinación en lo económico, deriva de los dos mundos ‘de facto’ que generaron la Reforma y la Contrarreforma cristianas (de los siglos XVI y XVII… lo que hoy llamamos Catolicismo y Protestantismo), cuyo debate podría volver sobre la mesa con la decisión de cobrar las misas del Papa.

Los europeos llevamos casi cuatro siglos distanciados por una forma de vivir que puede derivar, en el fondo, de la enorme distancia entre las religiones mayoritarias en nuestros respectivos países -y que deriva, de hecho, de esa distancia para los estudiosos que consideran que la religión tiene un poso cultural en los europeos que ni ellos mismos son capaces de calibrar-. Según esta tesis, los europeos de confesión calvinista (es decir, los nacidos en países de este credo, aunque ellos mismos no lo profesen) priman el trabajo sobre otras facetas de su vida, como los luteranos dan prioridad a su propio comportamiento o como a los católicos les importan poco los deslices, porque tienen la confesión para que los exonere… por no hablar de los anglicanos, que priman lo poco que les separa frente a lo mucho que les une a sus paisanos de tierra firme. Es sólo una tesis.

Pero es una tesis que, si nunca fue otra cosa que tema de debate entre eruditos, quizá deba ser tenida en cuenta de ahora en adelante, a la vista de la decisión del Vaticano de cobrar a los fieles por su asistencia a los actos litúrgicos que ofrecerá Benedicto XVI en el Reino Unido, en el último semestre de este año. Dado que la principal razón para la ruptura de los promotores de la Reforma (para la Historia, los luteranos, los calvinistas y los husitas; aunque hoy los llamamos protestantes, como a los seguidores de otros credos minoritarios) fue la acusación a la Iglesia romana de estar cometiendo pecado de simonía.

Según la doctrina de la Iglesia de Roma, “la palabra simonía tiene su origen en el pecado cometido por Simón el Mago, que quiso comprar con dinero a los apóstoles la potestad de poner en comunicación a los demás con el Espíritu Santo” (‘Hechos de los Apóstoles’ 8,18-24). Así, este pecado se define como “la intención deliberada de comprar o vender por un precio temporal una cosa intrínsecamente espiritual o una cosa temporal inseparablemente unida a una espiritual”. Para entenderse, conviene saber aquí que “cosas intrínsecamente espirituales” son los sacramentos, la jurisdicción eclesiástica, la consagración, las indulgencias, etcétera; y que “una cosa temporal unida inseparablemente a otra espiritual” es, por ejemplo, un beneficio eclesiástico, un cáliz consagrado, etcétera. Es decir que comete simonía quien vende al acceso a la liturgia o a un sacramento… Muchos cristianos decidieron antaño que había simonía en la venta de bulas y algunos se preguntan si no la hay, también, en el cobro de entradas para misa. Visto desde fuera, es evidente que sí, aunque el pecado parezca otro (como si fuera una versión nueva de lo de siempre).

Puede que el creyente prefiera mantener su doctrina a cualquier precio. Y puede que el incrédulo desprecie cualquier pronunciamiento que proceda de la Iglesia. Pero ni uno ni otro –si son europeos– deberían infravalorar la importancia para su vida de las decisiones vaticanas. Ya que la Historia enseña que Roma influye en el mundo más de lo que parece y que ya ha dividido a Europa varias veces.

1 comentario:

Juan Jesús dijo...

Olé. Y quien tenga oídos (o internet) que oiga (es decir, lea). Le toca mover ficha a Roma.